domingo, 11 de noviembre de 2012

CONOCIMIENTO EN ARISTÓTELES

Fiel a su teoría hilemórfica Aristóteles considera que el hombre, en cuanto sustancia primera que es, está constituido por materia y forma, que se corresponden con cuerpo y alma, respectivamente. Para Aristóteles el alma humana está constituida por otras tres almas. Cada una responsable de distintas actividades: el alma vegetativa, encargada de los procesos inconscientes y mecánicos como la respiración o los latidos del corazón; el alma sensitiva que nos permite desplazarnos como les permite desplazarse a los animales mismos, posibilita que tengamos placer o dolor corporal, así como un rudimentario conocimiento al registrar la imagen del objeto individual captado por los sentidos; finalmente está el alma intelectiva que hace posible el pensamiento, el lenguaje y el conocimiento intelectual.

¿Cómo se produce el conocimiento? Los sentidos captan un objeto individual, por ejemplo un árbol, y en la imaginación o fantasía, facultad del alma sensitiva, se aloja entonces la imagen de este árbol, diríamos hoy como si se tratase de una fotografía. Interviene entonces el alma intelectiva. El entendimiento agente o activo se encarga entonces de podar la imagen registrada del objeto, es decir, eliminar todo lo accidental presente en esa rudimentaria representación, y se encarga a la vez de resaltar los rasgos esenciales o la forma. Desechará del árbol en cuestión si es grande o pequeño, si está lejos o cerca, si tiene hojas verdes u otoñales hojas amarillas, etc., y registrará la definición universal, a saber: vegetal dotado de un tronco de madera del que salen ramas, etc. Una vez que se ha realizado esta poda lingüística e intelectual, el mismo entendimiento agente se encarga de llevar esta imagen purificada al entendimiento paciente o pasivo, allí quedará fijada como un concepto. Todo este proceso se conoce con el nombre de abstracción. No obstante, el conocimiento se completa y perfecciona cuando, dotado ya el sujeto cognoscente con este concepto o universal, dirige los sentidos al mundo exterior y, contemplando esta imagen individual impresa en el alma sensitiva, reconoce el objeto individual como árbol a la luz del árbol universal que poseemos ya en nuestro alma intelectiva.

En la Escolástica medieval, Tomás de Aquino asumirá esta misma teoría.