lunes, 20 de abril de 2020

ÉTICA: LOS ESTOICOS


El estoicismo fue a la vez un conjunto de doctrinas filosóficas, una manera de vivir, y una determinada visión del mundo y de la vida. Se inició en Grecia en la misma época que la filosofía de Epicuro, alrededor del siglo III a. C. En los siglos siguientes se extendió también por el Imperio Romano. Filósofos pertenecientes al Estoicismo fueron, por ejemplo, Zenón de Citio (el fundador de esta corriente filosófica), Epicteto, Sexto Empírico, el cordobés Séneca y el emperador romano Marco Aurelio. Aunque trataron muchos temas de filosofía, para los estoicos, al igual que para Epicuro, la parte más importante de la filosofía fue la Ética. Para los griegos, en general, sean o no estoicos, la Ética era una rama de la filosofía que debía servir para ayudar al hombre a vivir y a alcanzar la felicidad. El Estoicismo fue una filosofía o una actitud ante la vida especialmente diseñada para tiempos difíciles, para una época de crisis política, social, cultural, como la que les tocó vivir a las personas de aquel tiempo.
Centrándonos ya en materia, para los filósofos estoicos la felicidad no consistía en el placer y la ausencia de dolor como para Epicuro. Si la felicidad consistiera en eso, no podría ser algo permanente y duradero, pues alcanzar el placer y evitar el dolor son cosas que no siempre dependen de nosotros y por tanto no siempre están en nuestra mano. Además, si bien se mira, nadie está libre del dolor ni del sufrimiento. Pero, ¿qué era la felicidad para los estoicos? La felicidad consistía en la paz y en la tranquilidad del alma. Un estado de no afectación. Lo que llamaban apatía, esto es, la ausencia de emociones, sentimientos y pasiones, (algo semejante al concepto de ataraxia). Sin embargo, el camino que, según los estoicos, llevaba a la apatía no era el placer, como hemos dicho antes, si no al contrario: por una parte había que renunciar a todo aquello que provoca en nosotros intranquilidad, como el deseo de placeres y bienes externos que no depende de nosotros el conseguirlos o no. Por otra parte era necesario alcanzar el dominio de las propias pasiones como el amor, el odio, la ambición de cosas, la ira, el temor, los afectos, etc., que tanto pueden llegar a perturbar la paz del espíritu. En resumen, el camino de la felicidad estaba en aprender a ser indiferentes y desapegados de las cosas del mundo exterior y en aprender a controlar las propias emociones y deseos.
No menos fundamental para alcanzar la felicidad o apatía era desarrollar lo que los estoicos llamaban la virtud. Pero la virtud no era para ellos lo mismo que para Aristóteles. Para ellos la virtud consistía fundamentalmente en aceptar de buen grado el destino. Los estoicos afirmaban que todo lo que sucede en el Universo, sucede de forma necesaria. En una palabra, creían en el destino. Pero, además, estaban convencidos de que todo lo que sucedía, aunque no siempre nos lo pareciera, era bueno y racional, pues el universo, decían, estaba gobernado por una Razón Universal que algunos estoicos identificaban con la Divinidad. Así, la muerte, el dolor, los golpes de la vida, etc., todo tenía una razón de ser. En vez de lamentarnos por ello, debíamos aceptarlo y sacar provecho de las adversidades para hacernos fuertes y forjar nuestro carácter. Por eso, la virtud fundamental consistía en aceptar el destino, pensando que, fuera el que fuera, era lo más racional y lo mejor. Y es que los estoicos pensaban que era inútil rebelarse contra lo que de todos modos ha de suceder, porque todo lo que es exterior a nosotros está determinado y no podemos cambiarlo, pues no depende de nosotros. Pero si dependía de nosotros lo que está en nuestro interior, o sea, la manera en que interpretamos las cosas que suceden; de nosotros depende que nos afecten y nos perturben mucho o que apenas nos afecten. Y es que para los estoicos lo que perturba el alma no son las cosas que suceden a nuestra alrededor, sino la imagen que nos formamos de ellas en nuestro interior. Decía Séneca: «Lo importante no es cuánto sufres, sino cómo lo sufres». Una de las claves para ser feliz reside en la manera como nos tomamos las cosas y sobrellevamos nuestras penas. En la misma línea el filósofo estoico Epicteto daba el siguiente consejo a uno de sus amigos: «acuérdate de que no es el que te insulta o el que te golpea el que te ofende sino la opinión que tienes de ellos que te hace verlos como gente que te ultraja. No te dejes dominar por la imaginación» . La frase de Epicteto se parece al conocido dicho popular que dice: ”no ofende el que quiere, sino el que puede”. El que alguien pueda o no ofenderme depende de mí, de cómo yo lo veo y de la importancia que yo le concedo.
En resumen, el secreto de la felicidad para los estoicos estaba en controlar las pasiones y en resignarse al destino, pensando que todo lo que ocurre está bien y tiene una razón de ser. La filosofía de los estoicos quedó reflejada en muchas sentencias que formularon a modo de consuelo frente a las adversidades de la vida o a modo de consejos para alcanzar el ideal de vida buena y feliz. He aquí algunas de las sentencias más interesantes de los estoico: «La pobreza es siempre llevadera, mas pobre se era al nacer», «Considera las adversidades como un ejercicio», «Languidece la virtud sin adversario», y la última, en latín: «Abstine et sustine!»,(¡Domínate y aguanta!). Si se mira bien, todas perseguían más o menos la misma finalidad: consolarnos frente a los males de la vida.

Preguntas sobre el TEMA: LOS ESTOICOS
1/¿Cuándo y dónde se inició el Estoicismo?
2/¿Quién fundó la escuela estoica?
3/ Cita otros dos filósofos estoicos
4/¿En qué consiste la idea de destino?
5/ Según los estoicos, ¿los sucesos que van conformando la vida humana son absurdos? Razónalo.
6/ Según los estoicos ¿cuál es la actitud más sabia (la conducta más virtuosa) ante los golpes dolorosos que a veces nos da la vida? Explícalo.
7/ Cita dos sentencias de los filósofos estoicos que te parezcan significativas de su filosofía ética.
8/ Subraya las afirmaciones verdaderas:

a)El mundo se rige por una Razón Universal.
b)Debemos rebelarnos contra el destino
c)La felicidad consiste en buscar el placer.
d)Un carácter sólido que nos ayude a aceptar los sufrimientos de la vida es bueno para ser feliz.

viernes, 17 de abril de 2020

TEORÍA POLÍTICA DE THOMAS HOBBES Y ROUSSEAU

 

HOBBES

Thomas Hobbes es el primer filósofo moderno que elabora una teoría contractualista. La visión antropológica que se desprende de sus escritos no es muy halagüeña. A pesar del ropaje materialista y científico de su filosofía la imagen de los seres humanos que destila su obra es la de unas criaturas egoístas, pendencieras y estúpidas. Lo que le llevó a pensar que la gobernabilidad de los hombres era prácticamente imposible sin un gran poder capaz de atemorizarlos a todos.
Es posible que el genio de Hobbes fuese naturalmente misántropo. Pero la época que le tocó vivir no le dio muchas posibilidades de modificar su ánimo. Nació en 1588 de forma prematura a causa del terror de su madre al constatar que la armada española se acercaba a las costas británicas. A propósito de aquel acontecimiento el propio Hobbes dirá: «El miedo y yo nacimos gemelos». Frase que es toda una presentación. Después de tan accidentado nacimiento la cosa no fue mucho mejor. A la vez que el continente europeo se desangraba en cruentas guerras de religión, Hobbes vivió en su propio país dos guerras civiles, la decapitación del rey Carlos I, la dictadura de Cromwell y la restauración de la dinastía de los Estuardo. Hubo entonces uno poco de paz y tranquilidad en Inglaterra. Para mantener esa paz anhelada tan escasa en la época, Hobbes defendió de facto durante sus últimos días la monarquía de Carlos II, rey católico con pretensiones de monarca absoluto; aunque la legitimación que el filósofo propondrá no será religiosa sino pretendidamente racional. El sujeto temible al que todos deberían obediencia se llamaba Estado. En su obra fundamental Leviatán, publicada en 1651, lo comparaba con el terrible monstruo marino que aparece en la Biblia. Hobbes murió en 1679 sin llegar a conocer la monarquía constitucional a la que daría lugar la Revolución Gloriosa de 1688.
Para Hobbes los hombres en estado de naturaleza están dominados por sus pasiones: el instinto de conservación y la búsqueda de su propio bien. Todos compiten por las mismas cosas, desconfían de los otros y buscan reconocimiento y gloria. Dado que tienen también libertad natural para conseguir sus fines aun a costa del bien de los otros, la situación desemboca pronto en una guerra de todos contra todos. La situación de guerra no es siempre explícita. La desconfianza mutua y la disposición a la lucha es ya una situación de guerra. Y aunque no haya violencia física durante algún tiempo no quiere decir que haya paz, sino tregua:
«durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos. Porque la guerra no consiste solamente en batallar, en el acto de luchar, sino que se da durante el lapso en que la voluntad de luchar se manifiesta de modo suficiente.»1
De modo que este es nuestro comportamiento natural: el hombre es un lobo para el hombre. Cuando la violencia se hace patente, podría ocurrir que los más fuertes ganaran esta guerra y al menos se produjese una cierta estabilidad duradera. Pero según Hobbes esto es prácticamente imposible. Cierto que hay hombres más fuertes que otros, pero nuestras capacidades pueden ser potencialmente equivalentes en una situación de conflicto continuado. Aunque algunos sean más fuertes, otros son más hábiles o más inteligentes, y en cualquier caso todos tenemos que dormir en algún momento y estar en una situación de máxima vulnerabilidad. Siendo así, la guerra entre todos no satisface a nadie y la victoria definitiva de unos sobre otros no se produce nunca. En tal escenario predomina el miedo y la vida de los hombres es corta y miserable; los hombres son enemigos entre sí y cada uno depende de su fuerza y de su ingenio para sobrevivir:
«En una situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni navegación, ni uso de artículos que pueden ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.»2.
Hobbes no considera que el hombre en estado de naturaleza sea malvado. El lobo que degüella un ternero tampoco lo es. En estado de naturaleza no existe el bien o el mal moral, ni en lobos ni en humanos, pues todos tienen la libertad natural de satisfacer sus instintos naturales. La valoración moral o la justicia solo podrá aparecer en un estado civil donde existan leyes de obligado cumplimiento.
Dado que los hombres tienen también conocimiento y razón procuran un pacto o contrato entre ellos para acabar con esta penosa e insociable situación natural. Las abejas o las hormigas son sociales por naturaleza, como dijo Aristóteles, pero los seres humanos tenemos que alcanzar el grado de sociedad de modo artificial, a través de un peculiar rodeo. En este pacto todos los hombres renuncian a su derecho natural, es decir, a ejercer su natural libertad para alcanzar sus fines egoístas sometiendo o dañando a otros si fuese necesario. Pero tal norma básica no sería practicable si no hubiese un poder incuestionable y coactivo que les obligase a todos. De modo que acuerdan dar este poder a un solo hombre o a un grupo para mantener el orden y procurar la paz. Tal hombre o asamblea de hombres es el soberano y tendrá un poder absoluto, indivisible e irrepresentable. Se constituye así la sociedad civil y el Estado.
El soberano posee un poder absoluto y no está sometido a ley alguna, pues permanece en estado de naturaleza. El contrato se ha hecho entre los hombres, pero no con el soberano. A partir de este momento los hombres serán súbditos del soberano. La única incuestionable exigencia al soberano es procurar la paz. Los súbditos no tienen derecho de resistencia o rebelión ni siquiera ante un jefe cruel o pendenciero, pero si el pueblo se rebela y establece otro soberano, este último habrá de ser igualmente respetado para que el pacto primigenio, y sus incuestionables beneficios, siga vigente.
Thomas Hobbes es visto por algunos como el precursor de los estados totalitarios del siglo XX y por otros como el primer filósofo liberal. En cierto sentido ambos tienen razón. Si la condición del pacto social es la instauración de la paz, una paz sincera entre todos los súbditos, esto pasa por el respecto a la vida y la conservación de la misma tanto de los súbditos entre sí como del soberano hacia sus gobernados. Tal condición actúa como una especie de derecho natural necesariamente respetado por el soberano y por tanto como un mínimo Estado de derecho de corte iusnaturalista.
«Si el soberano ordena a un hombre (aunque justamente condenado) que se mate, hiera o mutile a sí mismo, o que no resista a quienes le ataquen, o que se abstenga del uso de alimentos, de la medicina, o de cualquier otra cosa, sin la cual no puede vivir, ese hombre tiene la libertad de desobedecer.»
Pero dado que el soberano puede dictar la ley según su voluntad, y esta ley será la única justicia posible, el Estado de Hobbes nos recuerda también a los regímenes totalitarios. Para Hobbes es el poder y no la verdad el que hace la ley (Auctoritas non veritas facit legem). Frase que habría subscrito Hitler sin ningún problema. Hobbes se muestra entonces como un iuspositivista puro que no reconoce una instancia previa y superior que pueda determinar la justicia ni limitar el poder



ROUSSEAU



Estado de naturaleza
Rousseau considera la civilización a partir de un modelo degenerativo. La historia de los hombres deviene desde un idílico Estado de Naturaleza hasta la Civilización corrupta del Antiguo Régimen. Sin embargo, para Rousseau el Estado de Naturaleza no es algo histórico, es más bien un “artificio”, una “construcción mental” o una hipótesis de trabajo. Se trataría de imaginar cómo sería la vida del hombre al margen de toda sociedad organizada y de toda noción de Estado. Según Rossseau, el hombre en el Estado de Naturaleza es naturalmente inocente, solitario, libre e independiente. El apareamiento se produce por encuentros casuales y la relación madre-hijo perdura hasta que el niño puede valerse por sí mismo. Los hombres viven en el presente, sin noción de futuro. Su mayor preocupación es la propia conservación y la supervivencia. Son egocéntricos, pero su egocentrismo se ve compensado por su “compasión natural”: sienten espontáneamente piedad ante las penurias de otros seres humanos. En el Estado de Naturaleza los deseos de los hombres coinciden con sus necesidades naturales y por tanto son limitados, simples y se satisfacen fácilmente. Cierto que hay desigualdades de tipo físico como la edad o la fuerza, pero dada la simplicidad de las necesidades, la independencia de los individuos y la abundancia de bienes, dichas desigualdades no son objeto de competencia ni son por tanto determinantes para la supervivencia.