miércoles, 9 de diciembre de 2015

LA ÉTICA DE KANT 2/2 (VIDEO)




LOS POSTULADOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 
1. ¿Qué es un postulado? 
En matemáticas o en física se suelen admitir proposiciones sin comprobar su verdad. Esto es; se postulan y constituyen postulados. La razón de estos postulados es que si consideramos que son verdad, aunque no tengamos una certeza absoluta sobre ellos, todas las demás proposiciones de la teoría o el teorema en cuestión encajan en un todo unitario, y la explicación adquiere un cierto sentido y verosimilitud. Por ejemplo, en geometría es famoso el postulado de las paralelas: “Dos rectas que tienen todos sus puntos respectivos a la misma distancia no se cortarán jamás, o se cortarán en el infinito, al ser prolongadas indefinidamente”. En física relativista existe otro postulado famoso: “La velocidad de la luz es constante independientemente de la fuente de emisión”. En rigor no se ha comprobado que las rectas paralelas no se corten nunca. Tampoco Einstein hizo experimentos para demostrar la constancia de la velocidad de la luz. ¿Por qué se admiten entonces? Si consideramos verdaderas estas proposiciones la geometría y la física adquieren más sentido y verosimilitud. Digamos que todo se hace más comprensible, lógico y armonioso. La admisión de un postulado no es un acto de fe pura, pero tampoco es una certeza científica al uso. Podríamos considerarlo como algo intermedio, una cierta fe racional. Kant, desde las exigencias de la razón práctica, propone tres postulados que se deben admitir: la libertad humana, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. 

2.Postulado de la libertad humana. 
Si un ser no es libre no puede ser moral.El hombre, en algún sentido, no es moral ni por tanto libre. Si nos tiramos por la ventana nuestro cuerpo está determinado, como los minerales, por las leyes de la física. Una vez en el aire no somos libres de caer o no caer. Desde que nacemos desarrollamos, crecemos, mudamos los dientes, etc. Estos procesos son “vegetativos” y se realizan como el crecimiento y desarrollo de una planta, sin nuestro permiso. También el hombre posee, como los animales, instinto. Cuando tenemos sueño, dormimos. Cuando tenemos hambre, comemos. En algún sentido estamos, como los animales, condicionados por nuestro instinto. No obstante, esto no es del todo cierto. La moralidad en el hombre, como hemos visto, es un hecho incuestionable. El hombre hace cosas buenas o malas, puede trascender el instinto y no comer aunque tenga hambre, por ejemplo en una huelga de hambre. Esto nos diferencia de los demás seres naturales. Por lo tanto si no queremos caer en el absurdo, en el sinsentido, debemos suponer que el hombre es libre. No tenemos una prueba absoluta de la libertad humana. Aun trascendiendo el instinto, nuestra acción podría estar determinada por otros factores desconocidos por nosotros o por un dios bromista que nos utilizase como piezas de ajedrez. Pero como estamos persuadidos de que el hombre es moral debemos admitir, postular, que es también libre. Si no fuese así ni las cárceles que castigan ni los premios literarios o científicos que reconocen una acción meritoria, tendrían sentido ¿Cabe premiar o castigar a alguien que no elige ni es responsable de lo que hace? La deducción de Kant es de este talante: como el hombre es moral debe de ser libre. La libertad humana es una exigencia de la razón práctica, aunque no haya certeza absoluta sobre ella. En algún sentido, dice Kant, somos fenómenos en el espacio y el tiempo y en este sentido corporal, vegetal y animal, somos seres determinados y no libres; pero en otro sentido podemos ser considerados como noúmenos pues poseemos una voluntad íntima independientemente del espacio y el tiempo y no sometida a leyes científicas. Somos en este sentido seres libres. 

 3.Postulados de la inmortalidad del alma y la existencia de Dios.
 Si nuestras acciones se realizan siempre por deber alcanzamos la virtud. Ahora bien, el hombre virtuoso merece la felicidad como recompensa, merece un premio. El hombre que no actúe por deber sino en contra de éste, perjudicando siempre a otras personas si fuese necesario, merece un castigo. Sin embargo el mundo no es como debe ser y en el mundo encontramos a menudo hombres virtuosos sumamente desgraciados y hombres no virtuosos que viven una existencia plácida y regalada. Aquello de “con lo bueno que es y lo mal que se han portado con él” o “con lo honrado que es y está encarcelado” o “sabemos que es un criminal, sin embargo es rico y disfruta de libertad, no hay derecho”. Estas injusticias se dice popularmente que “claman al cielo”, es decir, que estas injusticias exigen, de algún modo, que se solucionen; y por eso exigen un cielo, un más allá. Éste es el sentido que tiene la postulación de la existencia de Dios y la inmortalidad del alma por la razón práctica. No podemos demostrar ninguna de estas afirmaciones, pero podemos postular que deben ser verdaderas para que la armonía moral se restablezca; para que el malvado sea castigado y el virtuoso recompensado con la felicidad. Dios pues debe existir y debe existir también otra vida (el alma ha de ser inmortal) en la cual Dios, supremo juez, restablezca este orden y de felicidad a quien la merece y no la de correspondientes, tenderá a un ideal utópico de santidad. El cielo y el infierno que Dios propone tiene pues un sentido pedagógico. Todos tendemos en la eternidad del tiempo a perfeccionar nuestra alma y a consolidarla como una voluntad buena. En este ideal, nunca realizado en la tierra, el deber y el deseo, normalmente por distintos camal que no la merece. Kant considera que Dios, juez supremo, es además bueno y en un proceso infinito el alma humana, tras recibir premios y castigosinos, se reconcilian en un estado final de felicidad idílico. 

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